Una de las cosas que más me impactó fue la visita a la Kasbah, un intrincado laberinto de estrechas callejuelas al sur de Marrakech, donde se desarrolla un improvisado mercado de productos frescos en plena calle. No es un barrio para turistas, y eso es lo que más me gustó. Los marrakechís acuden allí a comprar frutas, verduras, carnes y pescados. Caminamos un poco sin rumbo, asombrados con todo lo que se veía allí. Somos invisibles. Así como en los zocos de la medina te intentan vender de todo "hola amigo, aquí más barato", en la kasbah simplemente te ignoran.Algunos nos miran extrañados (estos guiris se han perdido?) pero para la mayoría no existimos. Sus clientes son locales, y pocos turistas se aventuran allí. No hice ninguna foto en todo el paseo. No quería incomodarlos y preferí disfrutar del momento, observando con detenimiento y relajado sin pensar en la cámara. Comenzamos atravesando el oscuro callejón de la carne. Piezas de cordero y vaca, colgados a la intemperie, todo tipo de vísceras y casquería expuesta, algo que no vemos en carnicerías europeas con sus cámaras frigoríficas, vitrinas de cristal y limpieza de quirófano.
Y qué decir de las pollerías. Nada más fresco que los pollos en Marruecos. Dos polleros tras el mostrador. Al fondo jaulas con los pollos vivos. El cliente señala con el dedo: "quiero ese, el de la jaula de arriba a la izquierda". El pollero nº1 saca el pollo de la jaula. Cuchillo al pescuezo, rassss. Sumergido en agua hirviendo, desplumado, lo pasa al pollero nº2 que lo despieza en el mostrador y se lo entrega al cliente. Calentito se lo lleva, oiga. (el color y aspecto gelatinoso de esa carne recién desplumada mejor ni pensarlo..... con lo blanquitos que son los pollos de plástico del carrefú). Dejamos atrás el callejón de la carne y salimos a la primera callejuela. Apenas puedes andar entre la gente, los vendedores y sus puestos improvisados. A los lados todo tipo de locales lúgubres que recuerdan a las carboneras, donde se apilan montañas de frutas verduras y hortalizas. En mitad de la calle un carro con su mula cargado de cebollas, y varias mujeres rebuscando entre ellas las más apetecibles. El dueño del carro también está escogiendo, y las podridas van al suelo bajo sus pies. Un poco más allá, pescados. El pescatero prepara varios pescados cortando aletas y y abriendo vientres. Todos los restos son lanzados con gran precisión hacia atrás por encima de su hombro. Imagina quién espera esas vísceras relamiéndose.... los gatos, gatos por todas partes. Perros no vi ninguno, pero gatos.... Una vez preparados, toca limpiar los pescados en un barreño con agua de color grisáceo que debe llevar toda la mañana lavando pescado. (no sé si ese agua lo cambiarán alguna vez durante la jornada, pero acabará en el suelo seguro). Después de todo lo visto (y olido) estoy aturdido (y sin hambre). Seguimos caminando con la boca abierta. Esto sí es un choque cultural. Varias callejas más adelante cambia el panorama y ya no hay mercado. Es el momento de las artes y oficios, pero eso será otro día.
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Ayer en los vinos mis amigos comentaban cómo me pongo cuando me encuentro con aglomeraciones, especialmente con turistas. Recordaban momentos como ese paseo por la isla de La Toja a primera hora de la mañana, completamente solos, y cómo de repente Pedro aprieta el paso y cuesta seguirlo. Qué pasa?. A la vuelta de la casa de las conchas está la respuesta: un autobús de jubilados acaba de desembarcar. Y Pedro sale huyendo como de la peste. Camino del castillo de Edimburgo Pedro acelera esquivando a toda velocidad grupos de turistas con guía (finalmente desistimos de la visita al castillo). Nos disponemos a emprender la ruta hacia el lago Sorapis en los dolomitas. Pedro advierte un autobús de jóvenes que nos alcanza por retaguardia. Comienza acelerando, pero Bego tiene las rodillas tocadas y no aguanta el ritmo. Paramos, nos adelanta el grupo y nos damos media vuelta. En Marrakech tuve un par de esos "momentos". Una de las visitas que recomendaban las guías de viaje son los jardines de Majorelle, antigua mansión de Yves St. Laurent. Lllegamos allí, y viendo el precio de la entrada y sobre todo la manada que se acercaba a la puerta procedente de dos autobuses..... adios Yves, otro día me paso. En el Palacio de Bahía tuve mi segundo momento. Quería hacer una foto del patio principal, jugando con las simetrías, algo como esto pero desde el fondo del patio, con todas sus fuentes y el detalle de los mosaicos del suelo. No pudo ser. Hay una película que me encanta: Cuando ruge la marabunta. Y otra más: La senda de los elefantes.
La siguiente película con esta temática la deberían protagonizar este grupo de chinos. Los cabrones literalmente invadieron el palacio. Ruidosos, maleducados, revoltosos y especialmente dotados para meterse en el encuadre, fue imposible hacer una foto sin que asomasen cuatro, cinco o veinte de esos molestos bichos rojos, con sus palos selfie y sus poses estúpidas. Me imagino la sesión de tarde a la vuelta de su viaje, castigando a familiares y amigos con una interminable sucesión de selfies tapando los monumentos que visitan. Que no me tense??. Me pides mucho..... |
Viajando sin guíasUn blog para viajeros alérgicos a las colas y los souvenirs. Si te gusta viajar barato y conocer a fondo las ciudades, este es tu blog. Pedro FerrerViajero, fotógrafo, senderista, buceador y aficionado a la cerveza. Categorías
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Marzo 2020
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